Viernes. Once y media de la noche. Borró y escribo. ¿A quién
le puede interesar lo que tenga para decir de Santiago? ¿Qué puedo decir yo de
Santiago? Borro y vuelvo a retomar la escritura.
Viernes. Doce menos cuatro de la noche. Muchos compañeros y
amigos en la plaza. No fui. Me dio pánico. ¿Importa realmente lo que pasa por
mi mente? Borro, escribo.
Viernes. Doce menos cinco. Miró tus fotos. Estoy
acostumbrada a tu cara, todos lo estamos. Si, le estoy hablando a Santiago
porque no me duele tanto que no me escuche. No me duele tanto que no me lea.
Nunca lo hubiese hecho, no nos conocíamos, no nos habíamos visto nunca y
probablemente, nunca nos hubiésemos cruzado. Lo que duele sin remedio es su corazón
dormido.
Cambiamos fe por lágrimas. Pensé que lo íbamos a encontrar.
Con vida. Una visión utópica o, quizás, un tanto infantil. Era con vida que lo
queríamos.
Sentí que no había lugar en el país para un nuevo dolor.
Santiago duele, como dolieron los treinta mil, como dolió y duele cada
desaparecido en democracia. Pero, Santiago duele más.
Sábado. Doce y veinte de la noche. Me veo en Santiago, veo a
mis amigos y a mi hermana. Veo a cada joven que sueña con un mundo mejor y
lucha todos los días por conseguirlo. Veo a cada persona que defiende causas
que cree justas. Veo a todos aquellos que intentan romper con lo impuesto. Veo
en Santiago a todos y él no ve a nadie.
Quiero despertar en un mundo agradable.
¿Cómo ser sutil? ¿Cómo no herir la susceptibilidad de nadie?
Borró y pienso: ¿A alguien le importó la suceptibilidad de Santiago? ¿Acaso
importó su lucha? ¿Acaso importo su vida? ¿Acaso a alguien le importó el dolor
que sentió y siente su familia? ¿Acaso importó decir barbaridades de él durante
días? ¿Acaso a alguien le importó… ¿Acaso a alguien le importa Santiago? No lo
sé. A mi si.
Sábado. Doce y media. Me encuentro enredada en el texto.
Cortazar decía que no alcanzan las palabras cuando lo que hay que decir desborda
el alma. Santiago me desborda. Desborda a muchos. Me desborda porque habíamos
dicho “Nunca Más”.
Hay que luchar por encontrar a todos los nietos e hijos que
les arrebataron a las Madres y Abuelas. Hay que luchar para que cada niño que
falta en su hogar sea encontrado. Hay que luchar porque se haga justicia por todas
las causas de gatillo fácil. Hay que luchar contra la trata de personas. Hay
que luchar porque se sepa qué hicieron, los mismos que desapareciendo a treinta
mil personas, con Julio López. Hay que luchar por todos los desaparecidos en
democracia. Juicio y castigo a todos por igual. Una cosa, no quita la otra.
Me refiero al “Nunca
Más” y, con él, a la época más sangrienta de la historia argentina porque, por
desgracia, y no desvalorizando las demás luchas ni muertos ni desaparecidos,
Santiago desaparece en manos de las fuerzas del Estado en el medio de un
reclamo y, habíamos dicho “Nunca Más”
Nunca más las fuerzas del Estado actuando imponiendo el
terror. Nunca más desaparecidos. Nunca más privación forzada de la libertad sin
juicio previo. Nunca más aquella tortura.
“La sociedad argentina se tropieza de nuevo con violaciones a
los Derechos Humanos. Pero esta vez en democracia”, leí.
Santiago estaba pidiendo, reclamando, luchando por una causa
que le parecía justa. Y se lo llevaron. ¿Por qué? ¿A dónde? ¿Por qué aparece ahora? ¿Por qué
aparece río arriba? ¿Qué pasó con Santiago?
Sábado. Una menos veinte. Debería estar estudiando o
durmiendo pero, “tengo a Santiago atravesado” entre mis ojos, entre mis
pensamientos.
¿Qué hicieron con él? ¿Qué cosas horribles le habrá tocado
vivir?
Sábado. Una de la madrugada. Sólo tengo algunas certezas y
muchas dudas.
Santiago no estaba en Chile. Santiago no era terrorista. Ningún
camionero lo llevó a Entre Ríos. Santiago no entró ni fue filmado en ningún
negocio. Santiago no estaba en ese pueblo en el que todos se parecían a él. A
Santiago no lo tenían los mapuches. Santiago no se sacrificó para favorecer a
Jones Huala. Santiago no era karateca. No era sobrino de Vaca Narvaja ni
familiar de Cristina. Ningun matrimonio lo levantó en la ruta. A Santiago no lo
mató ningún puestero
.
¿Dónde estuvo Santiago durante 79 días? ¿Qué le hicieron?
¿Por qué?
Sábado. Una y veinte. Quiero despertarme en un mundo
agradable y la familia de Santiago, tal vez, sólo quiera despertar de este
infierno.
“Ahora viaja por el cosmos en una nave motorhome con sus
nuevos amigos peleando en la Pulof de Orión. Su lucha aún no está concluida,
tiene una nueva misión: unir a la galaxia para una vida mejor”, escribió Germán,
su hermano.
Sábado. Una y media. “Bronca que se puede recitar”. Ojalá.
Borro, escribo. Nada me parece justo. Nada me parece importante. Nada de lo que
exponga va a cambiar algo. Nada de lo que escriba va a volver el tiempo atrás.
Nada va a traer con vida a Santiago.
Vida. ¿Por qué tanto pánico a la muerte? ¿Y por qué no? La
muerte es la única certeza que tenemos de que a partir de ella, nuestro luto
puede comenzar. ¿Será que me moviliza su muerte? No, no creo. O sí. Pero también
otras cosas. Me moviliza el atropello a los derechos básicos de los seres
humanos. Me moviliza que se lo hayan llevado. Me moviliza que el pibe haya
estado luchando por algo que él creía justo y que se lo hayan llevado, sin escrúpulos.
Me moviliza que a su alrededor se hayan inventado tantas mentiras. Me moviliza
que intenten defenestrar la dignidad de una familia. Me moviliza que haya gente
preguntándose qué habrá hecho o diciendo “si hubiese estado trabajando…” Me
moviliza que hayan sido las fuerzas de seguridad.
Cuando la bronca se puede poner en palabras con facilidad,
no es bronca. Pienso.
Sábado. Dos de la mañana. ¿Qué hicieron con Santiago?
Sábado. Cuatro y media de la mañana. Habíamos dicho Nunca
Más.