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domingo, 26 de noviembre de 2017

El sueño argentino

Siempre se habla de “salir adelante”, de esforzarse para conseguir las cosas. Como si la vida se redujese a una especie de meritocracia barata. ¿Pero qué pasa con los que se esfuerzan y no consiguen salir?

En los barrios y en las villas, muchas veces, el delinquir aparece como una forma, siguiendo este juego meritocrático, de “salir adelante”. Por lo general, en las grandes mafias delictivas caen los pibes y las pibas. Nunca las cabezas de las mismas, sino el último eslabón de una enorme cadena.

Vulnerados sus derechos desde el nacimiento, estos pibes y estas pibas, estos hombres y estas mujeres, se topan con que les quitan lo único que tenían: su libertad.

Siguiendo con la visión del mundo de gran parte de la sociedad argentina de que si uno se esfuerza, logra lo que quiere, ¿cómo es que estas personas que se encuentran en situación de encierro, lograrán “el sueño argentino” de salir adelante?

Por ahí, no hay que salir adelante, sino que hay que cambiar los paradigmas. Darles a quienes nunca tuvieron ninguna posibilidad, la chance de que le encuentren otro sentido a la vida. La chance de que vean el mundo con otros ojos. La pregunta sería, entonces, ¿es posible formar otra cosmovisión encerrado en cuatro paredes? La respuesta, sin dudas, es si.

Tal vez, los talleres que se dictan dentro de los penales sean una buena forma de empezar. Estos espacios de recreación que hacen que los reclusos se olviden de su situación aunque sea por un rato, de las condiciones paupérrimas en las que viven; que hacen que cada uno vea su historia de vida desde otro lugar; que hacen que cada quien tenga algo que lo entusiasme, algo que le de ganas de vivir. Un por qué y un para qué.

Son lugares en donde los presos se relacionan de un modo distinto con el afuera. Algo que entra en el penal. Ciertos saberes, conocimientos, cierta parte de la cultura con los que, muy probablemente, no se hubiesen topado nunca. Algo que entra en el penal y que encuentra en algunos pasiones desmedidas.
Oficios, labores, actividades que llenan el alma y que hacen que cada uno, desde su lugar, vea que hay otras posibilidades al momento finalizar la condena. Que se puede salir del penal siendo otro y conservando la propia identidad. Un otro más feliz, un otro más pleno. Un ejemplo para sus hijos y para sí mismo.

Los talleres demuestran a diario cuán importantes son. Basados en una comunión despojada de estigmas entre los talleristas y los reclusos, dan vida a una parte creativa de la persona que, quizás, por los distintos contextos, había quedado dormida hace mucho tiempo o que, incluso, nunca se despertó.

Son un espacio de libertad en el que cada persona vale, en el que no importa qué hicieron para llegar a esa situación y en el que se invita constantemente a pensar en el futuro. Son lugares en los que cada persona se siente valiosa, en los que cada uno puede potenciarse, en los que la vida toma un sabor distinto.

Quizás, no se trate de salir a ningún lado. De hecho, ellos no pueden hacerlo. Quizás, solo se trate de empezar a darle entidad a ciertos sectores, de comenzar a mostrar que existen otras cosas y otras maneras de vivir. Quizás, solo tengamos que dejar de vulnerabilizar derechos y que todo llegue a todos por igual. Quizás, tengamos que pensar mecanismos para que todos tengamos las mismas posibilidades.  Quizás, simplemente, tengamos que sacarnos el estigma del “negro de mierda” de la cabeza y ver que ahí hay una persona con potencial y capacidades enormes, a la que le tocó nacer en un contexto distinto al mío y a la que por siglos le han quitado en su propia cara los derechos más elementales.


Por ahí, cuando entendamos eso y no veamos como enemigo a este otro, tal vez, la clase media argentina logre su más preciado sueño y “salga adelante” pero con inclusión y reconocimiento de las igualdades y de las diferencias. Dando a todos las mismas posibilidades para potenciarse, como se hace en los talleres dentro de los penales.