Le llaman “Impenetrable”, no porque no se pueda entrar.
De hecho, yo lo hice. Sino porque nadie se anima a hacerlo. Un lugar olvidado
por el resto de la sociedad. Recuerdo esa tierra marrón, espesa, propia de esa
parte del país. El agua escasea y la tierra se te impregna en la piel. Casas de
palo, hojas y bolsas de nailon. Una
capilla de barro en la centro. Tierra, mucha tierra. Ni una gota de agua en kilómetros. El sol raja
el lugar como si fuese su dueño.
Personas humildes viven allí. Acostumbradas a
la realidad que les tocó. Sin embargo, son felices con poco, con muy poco. Una
visita, una mirada, una palabra. Viven sólo de la Madre Tierra.
Una realidad que te sacude, te destroza. Una
realidad inimaginable para muchos. La pobreza más absoluta.
Cada vez que vuelvo años atrás con mi memoria,
recuerdo el sonido de la chacarera acompañando momento tras momento. Así como la
tierra se impregna en la piel, El Impenetrable chaqueño, también lo hace dentro
de cada persona que lo visita.